En la profundidad del mar de letras en el mundo de Philip Dick, explorando como buen buzo, encontré al lado de una roca un espejo de esos que poseen múltiples dimensiones. En su reflejo había ficción más que realidad, más sin embargo miré fijamente en concentración como caballo de carrera y noté que había algo similar a mi dimensión, algo que no conseguía relacionar en base a mi conocimiento pero que si me era muy familiar. Eran palabras que flotaban en la sala de un funeral, encontradas en un tal libro acerca de una langosta posada en no sé dónde:
“Karl sabía. Bluff. Chavez les había mentido. Los había gobernado con palabras vacías.
No es demasiado tarde. Nos hemos dado cuenta, Hugo Chávez. Y al fin sabemos qué eres realmente. Y el partido, esa terrible época de crímenes y fantasías megalomaníacas, sabemos qué es. Qué era.
Karl se volvió alejándose del ataúd silencioso…”
Miedo o algún terror se apoderó de mi cuando la palabras ingresaron a mi entendimiento, huí de aquel lugar como lo hacen los insectos escondidos debajo de las rocas al ser alcanzados por los rayos del sol.
Solas