Cargas una desesperación cubierta de anhelo y te lleva a un bazar oscuro de Nueva Orleans. Caminas con disimulo buscando el cartel de corazones entre los puestos de magias oscuras.
La anciana bruja de cristal te ofrece la cajetilla del amor. Si un amor se te acaba puedes encender otro tan fácil como encender una bombilla.
De tantos podías elegir que uno tras otro fumaste, a tus pulmones dejaste pasar y luego exhalaste.
Llenaste la torre de tu castillo con nubes de humo y sueñas con el sabor del tabaco, pobre ilusa. No observaste bien. Era humo una y otra vez con una pequeña chispa de calor. No era fuego. No era el sol.
Kilos de humo no se traducen en fuegos de cariño. Solamente olas grises para cubrir el escenario de tu pésimo teatro.
El cigarro se consume, y al terminar tu cajetilla corres de vuelta a la mujer de cristal cuarteado pero se ha ido al igual que el sol y las estrellas.
A mitad de la oscura noche:
“Debí comprar carbón para fuego” pensarás muy tarde.
Querida niña, ninguna bruja te diría jamás que debes buscar un solo amor con el fuego del sol y no amores de cigarrillo.