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¿Y el anillo pa cuando?

Marta Marta Seguir May 20, 2019 · 4 mins lectura
¿Y el anillo pa cuando?
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En la era de la banalización del amor, de las citas con desconocidos por internet, de la exacerbación del individualismo, del porno accesible y de la promiscuidad normalizada (para algun@s), el matrimonio está cayendo en picado. Aunque todavía existen personas que creen en esta antigua institución, o que incluso sueñan con casarse algún día, la realidad es que cada vez se retrasa más y se hace menos.

Tal y como están las cosas, es más fácil firmar un pacto para ser felices los 4 que un acuerdo matrimonial. Pero esto no siempre fue así. Aunque parezca mentira, desde hace algunos siglos hasta hace bien poco, el matrimonio era la forma más habitual de familia. Primero se establecían matrimonios por intereses económicos y políticos, siempre con supremacía del hombre sobre la mujer. Más tarde, allá por el siglo XVIII, empezó a tomarse en cuenta el amor a la hora de establecer este tipo de uniones, pero aún con el reparto de tareas entre géneros totalmente patriarcal que todos conocemos. Sin embargo, con el auge del feminismo y la caída de los sistemas tradicionales, las mujeres empezaron a trabajar y este reparto de tareas cambió. En efecto, entonces las mujeres se ocupaban del trabajo fuera y dentro del hogar y de los hijos mientras los hombres se ocupaban del trabajo fuera del hogar y de “ayudar” (como mucho) dentro de éste. Un gran avance, sí (nótese la ironía).

De todas formas, el matrimonio empezó a caer en desuso y se comenzaron a multiplicar los divorcios desde finales del siglo XX, a pesar de los esfuerzos de la Iglesia por mantener las uniones. Y es que aunque el matrimonio esté pensado como algo perpetuo, las relaciones hoy en día no duran tanto. Algunos dicen que se debe a la promiscuidad y al sexo fácil, puesto que antes lo normal era guardar la virtud hasta el matrimonio. Sin embargo, yo creo que está más relacionado con la aversión al compromiso. Un matrimonio, al fin y al cabo, es un proyecto común, donde ambas partes se comprometen a cuidarse, a quererse y a tratarse bien. Y esto, amigos, es el auténtico problema. Hoy pocas personas se preocupan de nadie más allá de sí mismos.

Las causas de este fenómeno tenemos que buscarlas, entre otros lugares, en el auge de las redes sociales. Porque parece que nunca estamos solos, que nuestros followers son todo lo que necesitamos y que estar online es la auténtica forma de estar. Porque cada like alimenta nuestro espantoso ego mientras deja nuestra alma vacía. Quizá por eso es que ahora nos planteamos el matrimonio cuando hemos crecido. Además, aunque muchos te digan que es porque quieren ser libres, que no te engañen: el amor, el de verdad, te hace libre. Pero estamos viviendo la peor época para el AMOR, porque se encuentra tan banalizado y desnaturalizado que pocas personas saben lo que realmente es. Y es que el amor se parece más al “Hakuna Matata” de Timón y Pumba que al “Por mi hija, mato” de la princesa del pueblo. Por desgracia, a veces ni siquiera el amor es suficiente para que las relaciones funcionen.

Otra de las causas que han provocado un gran número de divorcios y la concertación de menos matrimonios es la incapacidad de aguante. Y no estoy hablando de soportar agresiones (de cualquier tipo) puesto que son del todo intolerables, sino de la capacidad de resolución de problemas y de las ganas. Estamos acostumbrados a que nos lo den todo hecho, a tener la tierra sembrada, la fruta recogida y la mesa puesta. Y por eso, cuando cualquier proyecto requiere algo de esfuerzo, desistimos. Una especie de obsolescencia programada que actúa sobre las relaciones interpersonales. Cuando parece que algo ha dejado de funcionar, requiere mucho más tiempo y esfuerzo buscar las causas y posibles soluciones que encontrar algo nuevo, y eso no nos renta. Estamos ante la cultura del mínimo esfuerzo, y ésta es aplicable a todos los aspectos de la vida. Pero, ¿saben qué? Aquello de “Sin dolor no hay gloria” que comúnmente dicen los peregrinos a Santiago, es tan cierto como que estás leyendo este artículo en este preciso momento. Yo misma he podido comprobarlo y tú también lo harás, si no lo hiciste ya.

Y para finalizar: cásate, o no te cases, haz lo que te dé la real gana. Pero si decides hacerlo, por favor, que sea con vocación de perpetuidad y por AMOR. Que ahora nadie te obliga a esperar al matrimonio para practicar sexo, convivir, ni tener hijos.

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Escrito por Marta