Hoy en día parece que existe una dinámica que plantea al menos dos polos en torno al sentido de la fe, la creencia y la divinidad, lo cual ha posibilitado que cada quien se posicione en el sitio que más le agrade, donde se sienta reconocido y pueda conectarse con su crecimiento; y esto ha dado lugar a gente religiosa y gente espiritual.
¿Gente religiosa y gente espiritual?… Sí, hay abismales diferencias entre unos y otros. Alguien religioso es quien ve la fe reflejada en un ritual, en un acto marcado por la tradición y que enraíza sus creencias en ciertos dogmas que no es capaz de explicar y –en algunos casos- de interiorizar, pero que se sirve de ellos para minimizar a quien no los comparte (aunque quien los propugne -a rasga vestiduras- no los cumpla).
Por su parte, alguien espiritual construye la fe en la búsqueda de sí mismo, de su esencia genuina, creyendo en sí, sin llegar a endiosarse. Basa sus creencias no solo en lo que siente, sino en la magnanimidad superior que ilumina su camino, pero que le da la libertad de andarlo por cuenta propia. Esta gente no cree en dogmas y mucho menos los emplea para in-visibilizar a quien no comulga con sus amplitudes, sino que se permite reconocerlos y tomar de ellos lo mejor.
Tal como puede apreciarse, lo religioso tiene que ver con lo ortodoxo y dogmático, con lo predecible y lo preestablecido; mientras que lo espiritual va hacia la expansión de la conciencia y la elevación del ser hasta su realización plena.
En definitiva, el mundo necesita menos religiosidad y más espiritualidad, gente que haga más y critique menos, que crezca en sus formas y deje que otros también lo hagan en las suyas, que encuentre en la diferencia un espacio para el respeto y que deje de ver en su fe una vara para medir los pecados de otros.