Disponemos de una gran variedad de productos en los estantes de los supermercados, que pueblan nuestros espacios urbanos. Los precios varían de un lugar a otro, las características de los mismos también. Pero la pregunta no debe ser ¿dónde comprar los alimentos? ni tampoco ¿por cuánto? sino ¿son alimentos o no? ¿y los que son, qué añadidos llevan?
Teniendo en cuenta ambas preguntas, si nos diésemos un paseo por cualquier tienda o supermercado, o simplemente abriendo nuestras neveras, casi el total de lo que consumimos no lo son. Por muy ricos que estén, por muy rápido y fácil de preparar que sean, de alimentos tienen el nombre que la industria le ha puesto y nosotros hemos aceptado.
La cesta típica contiene subproductos cárnicos con bajo porcentaje de carne y exceso de otros ingredientes (ya sean declarados o no), productos pre-cocinados, por el ahorro de tiempo que supone; caldos y sopas con etiquetas claramente engañosas (casero, ecológico, bajo en sal, bajo en grasa, receta de la abuela), superalimentos (que de super tiene el nombre y el precio) porque son los de toda la vida, y complementos para el desayuno (una amalgama de sal, azúcar, colorantes…) y como último eslabón en la lista de la compra, las verduras, las frutas, y las legumbres (que tampoco se salvan). Son éstos últimos, los alimentos auténticos, los que han mantenido viva nuestra especie. Pero no están exentos de productos químicos no presentes en nuestra dieta de forma natural (pesticidas, restos de fertilizantes o elementos de la naturaleza peligrosos que han absorbido en exceso las plantas).
A temor de todo ésto, dejaríamos de comer y no se trata de eso, pero sí de ser conscientes de lo que nos llevamos a la boca, ya que de ello depende nuestra salud y por lo tanto nuestra vida.
Aunque la modernidad y el ritmo de vida roba tiempo, creo que sería necesario dedicarle unos instantes a saber qué dice cada etiqueta de cada cosa que llevamos a casa, y preguntarnos si nos renta o no el producto en cuestión. Quizá sea la única forma de tener algo de control sobre nuestra alimentación.
Rabietas de madre