¡Adivinen! Soy venezolana. Y no, aquí no va un artículo más defendiendo a un país que sinceramente sobrevive gracias a un tubo de esperanza. Tampoco es un artículo hablando de lo ¡Hermoso que es mi país! Pues eso lo saben todos, claro, hablando de las bellezas naturales.
Es un artículo en donde plantearé un tema que es más tabú en Venezuela que las drogas, los asesinatos, la incredulidad humana. Es: Ya no tengo esperanza.
“¡No seas amargada!” “¡¿Cómo te atreves a menospreciar a tu país así?!” “¡¿Acaso no tienes respeto?!”… Juzgan y juzgan del porqué yo me desprendo de esta forma de mi país, o mejor dicho, me quiero desprender, pues aún resido en él. Sin embargo, les parece bien hablar a tanta voz de todos los problemas existentes cada día: roban, violan, asesinan vidas y sueños, hambre, falta de educación (que es el principal problema en realidad) y aún así quieren que yo “Le siga echando bola en mi país”.
Con solo observar la historia notamos que Venezuela no ha cambiado en lo absoluto. Su gente, mi gente, ha tenido un pensamiento erróneo e incompetente en toda su historia. Se conforman con lo poco, se quejan por lo mucho, juzgan al que tiene más por su “egoísmo”. Todos estos términos basados en los pensamientos de Simón Bolívar en donde destacaba siempre un país democrático (o como lo mal interpretaron, socialista) y centralizado, cuando eso eran las necesidades de aquel entonces que se necesitaban sus metodologías. Ahora se requiere ir al siguiente paso: evolución.
Solo pido que si alguien tiene algo distinto para decirle a una chica de casi diecinueve años sin una vida echa, sin hijos, casa propia, carro propio, estudiando lo que pudo porque no se pudo mudar de un estado a otro para estudiar lo que en verdad le gusta y que ahora persigue sus sueños de ser escritora de la forma más limitada posible, pues ni para pagar el derecho de autor de sus historias puede. Díganme algo distinto a: “Esto se acabará en algún momento, ten fe”.
El poder de la tinta