Hay momentos de la vida que quisiéramos alargar. Esas etapas maravillosas en las que despertamos cada día agradecidos por lo bien que nos está yendo. Porque quizás nos dieron el trabajo que queríamos. O nos va espectacular en el emprendimiento. O nos enamoramos como nunca. O se agrandó la familia. O mejoró nuestra relación con nuestros padres. O tenemos amigos con los que la pasamos increíble. O estamos haciendo cosas que siempre habíamos querido… Allí vemos todo luminoso y a Dios, al universo, a la vida, rogamos para que eso siga así. Pero… como siempre, todo en la vida pasa.
Y llega otra etapa, en la que hay más caras largas que sonrientes. Lo que nos gusta o apasiona nos sale mal. No queremos salir de casa o, en muchos casos, ni volver a ella. En las que el vacío interior se hace más grande cada día. En la que te sientes solo. En la que quien te gusta no te presta atención. En la que nos pesa todo. En la que el corazón se nos endurece… Y todo va perdiendo brillo.
Y así es la vida. Hay etapas de luz y otras de oscuridad. Y otras que tienen ambas. Y todas tienen su mensaje.
Esas etapas oscuras están ahí para decirnos que algo tiene que cambiar. Quizás sea el trabajo. O hay que mudarnos. O romper una amistad. O abandonar un noviazgo. O cultivar el amor propio… Ya queda de nuestra parte hacernos conscientes y responsables de ello. Y aprender a escucharnos, para así descubrir cuáles son esos cambios que nos estamos pidiendo.
No es fácil transitar por esas épocas turbias. Pero hay que vivirlas. Vivirlas como se pueda. Con lo que se tiene y haciendo lo necesario por obtener herramientas nuevas.
Tú vive. Sigue tu intuición. Une la sensibilidad a la razón, y sigue. Siempre sigue.
“No hay escape… lo que hay es camino”. Evelyn Mezquita.
Me pierdo esperándote 