En la mañana dijiste “¿Por qué las personas con talento siempre terminan en la… pobreza?” Yo no me había preguntado eso antes pero si que me di cuenta de la existencia del patrón repetitivo, y cuando algún artista de cualquier arte consigue su merecido reconocimiento y montones de oro… parece que lo toma a la ligera; al menos la mayoría, como si solo le dieran la importancia de una rosquilla. Tienen el diez en el examen pero puedes ver su indiferencia ante ello, por que lo que buscan es algo más allá de los números y por supuesto, mucho más allá de los halagos.
Y descubrí que casi todas las biografías de los más grandes siempre terminan en una cama polvorienta, sin ningún centavo. Un poco de tos. Y unas últimas palabras que encierran toda la pasión que tuvieron en vida. Toda esa pasión que el dinero no puede comprar. Como si los grandes estuvieran destinados a algo más sublime que a una existencia mundana y común con aspiraciones típicas. Sus meras existencias son como la de un poema en un planeta que no sabe el abecedario.
Como la mayor parte de los residentes humanos no tienen la visión superior de tal amor y comprensión merecida, el genio tendrá que esperar su turno para nacer en otro mundo donde se le entienda. Y no quiero decir que dependan de su público. Un rey no se detiene a discutir con una plaga de ratas que no entenderá lo que dice. Dependencia no.
Pero el inconveniente es que todas esas moléculas de tragedia y asombro, se acumulan hasta inflar el globo pensador a un punto en el que tiene que explotar. Es tanta la maravilla que en cierto punto, el espectador no resiste el hecho de ser el único que lo conoce. Debe compartirlo con alguien. El arte se deprime si no se le conoce, si no puede existir.
Pero, ¿con quién compartir tu visión?. Es ahí donde nace la ansiedad y la locura de darle el arrebato de oxígeno a alguien. Ver en ojos de alguien más, la misma locura. Y mejor aún, que lo sienta. Esa es la parte difícil. Encontrar. Y quedamos en la condena de sentir melancolía por un mundo que vive en nuestra mente.
En secreto, el corazón anhela una realidad donde el arte sea abundante y apreciado. Un mundo donde semejantes del artista le desafíen y puedan embriagarse en una discusión donde expongan sus ideales sobre alguna pintura. Un mundo al que su grandeza pertenezca. Mientras tanto, sufrirá la indiferencia de los terrestres ante sus obras. O, de sus halagos sin sentido.
Tal vez no es el artista el que termina en tal pobreza si no que el resto de la humanidad es la que se ahoga en pobreza por cometer el pecado de haber despreciado cierto nuevo estilo o técnica de alguna de las bellas artes porqué les pareció sin sentido o simplemente su ignorancia no lo supo valorar. O incluso, el pecado de la humanidad fue dejarse llevar por el artículo negativo de algún crítico de arte.
Van Gogh. Lo etiquetaron como malo. Su arte carecía de la perfección que se esperaba. Pero maldita sea, el arte no nació de límites y reglas. Nació de el descaro de contradecir a tales reglas. Nació de la desbordante pasión. El arte no debe ser perfecto, debe hacerte sentir algo.
Cuántos artistas debieron ser degradados por la opinión de un ignorante. Y aún así muchos persistieron, aunque no obtuvieran nada, aunque murieran de hambre, seguían. Gracias a ese bello descaro de ignorar la invitación de la sociedad. Esa invitación que dice “Déjalo. Mejor vuélvete empresario.” Al demonio con ellos. Creen que el arte es un pasatiempo que no te dará para vivir.
En lo personal no busco que el arte de la literatura me dé de comer, no. No lo hago para vivir, vivo de ella. Por ella vivo. Y si el deseo de todos es que abandone mi razón de vivir para dedicarme a algo que odio pero me dará de comer…entonces prefiero morir. Morir bajo mis propios términos.
Pero nadie de ellos es merecedor de ser la causa de mi muerte así que me inclinaré hacia la belleza que ellos llaman descaro. En dado caso que su insistencia sea tan perseverante como mi descaro, entonces tendrán que sufrir la sorpresa de despertar un día y darse cuenta de que me fui y tomé un avión a un lugar olvidado de Europa. Muy lejos de sus persistencias, y claro, de ellos.
Así intentaría resurgir entre personas que arden en la misma pasión, y si fracaso, para mi no contará como fracaso por que al menos moriré a causa de mis propias acciones. Pobre, con un poco de vino italiano, en un rincón con una vista espectacular de algún teatro parisiense. Rodeada de hojas y tinta. Hasta que llegue mi última respiración y mi viento se lleve las hojas hasta que alguien las lea y les haga sentir.
Esa es una mejor forma de morir en lugar de quedarme aquí a observar como quienes “me aman” cometen el homicidio de verme morir lentamente de frustración, ah, pero con montones de dinero.
Si nos recuerdan, bien.
Si no nos recuerda, la pobreza será del espíritu humano. No nuestra.
Con cariñoso descaro que entenderás,
Tu hija