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La huaycheña

Estefani HF Estefani HF Seguir Jul 26, 2019 · 2 mins lectura
La huaycheña
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Los recuerdos que tengo de la huaycha, son como pasajes de un libro o una película que giran en mi mente, y se asocian siempre a una canción; “Hermoso río huaycheño, tu que llevas tantas piedras, porque no me llevas a mí”, solía cantar cada vez que estaba alcoholizada, abrumada por los efectos del licor y la “papaya” (refresco gaseoso) que bebía al despertar de su letargo.

La huaycha, como la llamábamos mis hermanas y yo, siempre buscaba un pretexto para servirse sus copitas; podía pasar dos tres o más días curándose el chaki. Cuando estaba ebria, tenía el carácter de una niña, sus ojos cafés claros irradiaban un brillo diferente, era divertida, jocosa y hasta mimosa. Caminaba descalza por el patio de tierra donde brotaba algún que otro pastizal, corría, saltaba la cuerda, reía, bailaba y hasta se daba el lujo de desatarse la trenza para jugar a la rapunzel.

Sus polleras coloridas brillaban con el sol y mostraban sus diseños geométricos en una inusual voltereta que daba sobre el desgastado colchón de paja donde jugábamos, ella era fuerte como el tropel, siempre cayó de pie y nunca terminaba sus borracheras sin decirnos “te quiero hija”. Vicenta Vásquez, era tan diferente a la huaycha.

Después de los días de chupa, cuando su cabeza ya no le daba más, la huaycha se iba y volvía Vicenta, eran tan diferentes, que siempre pensé que todo ese cambio se debía a la magia del alcohol.

Vicenta Vásquez, había asistido a una escuela de monjas desde muy temprana edad, su mamá la dejó en el orfanato y la recogió cuando ya era una adolescente, para que ayudara con las labores de la casa, vivió por mucho tiempo a orillad del río huaycheño, cerca de la naturaleza, el canto de los pájaros, el sonido apacible del campo la llevó a tener un carácter dócil e inocente, se casó muy joven y tuvo ocho hijos.

Pero el tiempo, torpe que todo lo cambia, se atrevió a moldear el carácter de Vicenta quien se convirtió en una mujer altiva y arrogante, sonreía con desdén, no le gustaba oír ruidos, huía de todo aquel que quisiera visitarla, se quejaba de la vida, de las circunstancias de sus hijos, de sus nietos, era como el hierro fría y tosca.

Por eso me fue fácil entender que la huaycha llore cada vez que oía hablar de su pueblo, en sus ojos veía dulzura y amor que brotaba salpicada de lágrimas, en esos recuerdos de su infancia se perdía, de los buenos y los malos.

Cuando el licor se acababa, no tenía más remedio que irse a descansar, tranquila se acostaba sobre su cama, sus polleras la cobijaban y su manta la cubría, de repente se había ido, siempre me quedaba con ella hasta el final, así fueron todas las veces y parecía que su vida se consumía con cada gota de licor. Un día Vicenta ya no despertó, yo sé quién la mató, fue la huaycha, mi abuela.

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