Más allá de las trivialidades conocidas: los engaños, la sobreexplotación del suelo, el desaprovechamiento alimentario… Hay un tema del que jamás se oye hablar, ni tan siquiera en los mass media, y sin embargo es de vital importancia: El poder que tiene la semilla. No se menciona que lo más básico de nuestra alimentación cotiza en bolsa, y que además tiene propietario privado. Lejos de los productos que invaden los estantes de las tiendas, que proceden de una pocas industrias; se hallan los alimentos reales, que también proceden de una pocas empresas.
En los últimos años se ha hablado, aunque de forma fugaz, de los transgénicos (alimentos modificados genéticamente para ser más productivos). Siempre enfocándolo en la no naturalidad de su origen, y las consecuencias que podrían darse sobre la salud humana. Pero no se menciona quién, a través de éste mecanismo, se hace propietario del grano. En éste caso el no natural cuyo cultivo pretenden incrementar por encima del natural, aumentando con ello el poder. Recordemos que los animales que también nos sirven de alimento, comen igualmente ese grano.
Sobre lo que la natura nos da, los grandes de las bolsas y mercados les pusieron, sin decirnos nada, un valor y lo lanzaron a la especulación. Hoy en día, se puede comprar acciones y venderlas, para aumentar o disminuir el precio del alimento a nivel global, de semillas que aún ni se han cultivado. Lo que todavía no se ha plantado, ya genera beneficios a los mismos de siempre. Pero ¡ojo! que si desean pueden hundir con su poder el mercado, por ejemplo de trigo, con todo lo que ello supone a nivel de población.
Hemos perdido nuestro poder sobre lo que comemos, nuestra soberanía alimentaria, para dársela a las industrias a cambio ¿de facilitarnos el acceso al alimento? No queda muy claro, la verdad.
A ésto hay que añadirle una cuestión peliaguda. El famoso cambio climático, que endurecerá nuestras condiciones vitales, reduciendo la cantidad de alimentos disponibles, y será aquí cuando los grandes y privados propietarios jueguen su gran baza. Podrán decidir quién come y quién no. ¿No será, aunque suene muy crudo, un posible genocidio con trazas de eugenesia? Si se llega a jugar semejante baza, podrán decir: “tú tienes buenos genes, me interesa que te reproduzcas, y por lo tanto te doy comida. Tú no me interesas, te dejo morir de inanición y así ni llegas a reproducirte” Suena cruel, pero el ser humano suele carecer de límites. La ética es un concepto poco usado.
Bien es cierto que para evitar catástrofes, desde hace tiempo se están guardando semillas en un arca de Noe vegetal. Está situado en Svalvard, se estudió la zona, se comprobaron las temperaturas y se creó ese gran semillero, donde cada nación guarda una muestra para su conservación y posible replantación ante una catástrofe. Recuperando así el estado primigenio del planeta. Es de acceso público para las naciones, y de hecho ya se solicitó por parte de un país, las semillas que depositó para replantar para alimentar a su población y evitar hambrunas.
El edificio ha llegado a presentar pequeños problemas de filtración de humedad, lo que podría echar a perder tan importante esfuerzo. Por lo tanto, ni a pesar de tener éste arca, la humanidad deja de correr peligro.
Al no saber exactamente qué hay de semillas y si las hay de propiedad privada, se presenta una diatriba, algo rebuscada, pero posible. Ante una catástrofe global ¿Alguien se apoderaría de esas simientes, o realmente se repartirían para su replantación de forma correcta y equitativa? ¿Los alimentos producidos con ellas se gestionarían igualitariamente o se seleccionaría poblaciones que sobreviven y otras que no?
Ya lejos de éste supuesto, y de forma inmediata, la pregunta es ¿Cómo podemos recuperar nuestra soberanía alimentaria? y lo que es más ¿Podemos hacerlo teniendo en cuenta el monto total de vidas que habitamos este planeta?