El cronopio mayor, el argentino, Julio Cortázar, en su novela el “Libro de Manuel” nos dice lo siguiente:
“Porque un puente, aunque se tenga el deseo de tenderlo y toda obra sea un puente hacia y desde algo, no es verdaderamente puente mientras los hombres no lo crucen. Un puente es un hombre cruzando un puente”.
Tanto la vida y obra de Julio Florencio Cortázar se encuentran inexorablemente unidas por la voluntad de conciliar las distancias. En sus novelas y cuentos –así como en su biografía– abundan los exilios, los desarraigos geográficos o emocionales, todos impuestos por circunstancias ajenas a su voluntad. Ejemplo de ello, es su nacimiento, descrito por él mismo como un accidente, puesto que vio luz por primera vez en Bruselas, según él, producto del turismo y la diplomacia. Siempre estuvo lejos de Argentina; por la guerra mundial y la dictadura que rigió al país suramericano. Sumado a esto, experimentó pérdidas emocionales más fuertes con el abandono de su padre cuando estaba pequeño.
En la narrativa de Cortázar, construir puentes significa reunir los extremos, y ello define la angustia, la nostalgia y la pérdida de lo amado, como la búsqueda de nuevos rumbos para crecer, para lograr la transformación y las mutaciones necesarias para el crecimiento personal.
Quien no busca una transformación real, le transcurre lo que le queda de vida tal cual como la conoce, pasea los puentes, los tantea, los admira, pero por temor a los cambios, a lo que pueda encontrar de aquél lado, no los cruza; y por lo tanto quedan latente la mutación y el encuentro.
Para mí el hecho de vivir, es ese constante caminar desde un extremo a otro de los puentes. Hay uno tendido sobre un abismo, sobre un mar profundo y extenso (y si no está tendido lo construimos) por cada cambio que queremos ejercer en nuestra vida; por ejemplo para el campo laboral, para los estudios, para los proyectos, para el perdón como para el olvido, en fin “el borrón y cuenta nueva” es un puente. Incluso para la sexualidad. Para el primer acto sexual, para entregarse a un amante, para dar un beso, para cruzar una mirada, para un abrazo que nos cuesta dar o las palabras que a veces cuestan decirse. Hay puentes que no nos conviene cruzar.