Mi generación ha sido y es carne para la picadora. Marcada por el papel cada vez más predominante de la tecnología y una incapacidad para establecer verdaderas relaciones sociales (amor, amistad, contactos). Por desgracia, es una generación perdida -no es a propósito que uso este término y no pretendo que se relacione con la nombrada por Heminghway “La Generación Perdida”- a la que no le han dado ninguna oportunidad. Y es cierto que hay que luchar por ella, pero no lo es menos que siempre salen airosos y triunfantes los mismos en prácticamente todos los sentidos.
Dada la situación económica y el impulso de la tecnología, nosotros quedamos fuera. Siempre hemos estado fuera. Algunas cosas no te las puedes permitir si vienes de la clase obrera.
Esta generación, mi generación, conoce el exilio económico, conoce la soledad, conoce la cultura de baja o ninguna calidad, conoce los libros que acabarán por desaparecer y a una izquierda que no es izquierda y a un centro que no sabe lo que es.
Miro, ¿y qué es lo que veo? Una generación desesperada, una generación que no quiere matarse a trabajar por un salario mísero y por un trabajo que no siente como suyo -por cierto, esto lo quiere cualquiera que tenga dos dedos de frente-, pero que trabajarían con el corazón cuando se trata de escribir, actuar, bailar. Ahí sí nos dejaríamos las entrañas.
Ginsberg comenzaba su Aullido con aquello de “he visto a las mejores mentes de mi generación…”, yo también las he visto. Las he visto enloquecer en la soledad de su cuarto, matándose como mozos/as de almacén, las he visto emigrar en busca de trabajo y bañarse con agua fría, las he visto pagar de 350 para arriba por una habitación y llorar, llorar de verdad, y engrasar con sus sueños y esperanzas la puta maquinaria de un capitalismo atroz.
Claro que hay otra forma de vivir en mi generación, pero esa no nos está reservada.
El cuidar a nuestros animales