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La primavera Chilena

La primavera Chilena
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El primer mes de primavera en Chillán transcurría del mismo modo que el año anterior. Días más largos, cálidos y soleados. Naturaleza más viva, árboles en flor y brotes de jazmín. Uno que otro ciudadano congestionado producto de una reacción alérgica al polen que empezaba a dispersarse en el aire reemplazando el smog de las chimeneas ya apagadas del pasado invierno.

El almuerzo en mi casa de campo seguía con la misma temática, compartir un plato de cazuela sentados alrededor de la mesa con mis tatas y de fondo el ruido de una vieja radio que debe llevar al menos unos 15 años en la familia. Guardábamos silencio mientras comíamos, hasta que mi voz lo quebraba para expresar el disgusto provocado por las noticias nuevas. De solo escuchar el encabezado ya sabía que era algo arbitrario para el bienestar del país. Podía sentir cómo el gobierno se burlaba de nosotros detrás de cada proyecto, podía ver indolencia e injusticia detrás de cada aprobación. “No puedo creerlo ¿A dónde vamos a llegar?” Recuerdo que el día en que supe que el TPP11 tenía el consentimiento de casi toda la cámara de diputados, se me cayeron lágrimas de impotencia, sintiendo que no solo nos robaban derechos como seres humanos, sino que también se estaban haciendo dueños de la naturaleza. “Algún día el presidente Piñera y su gobierno recibirá un karma tremendo por todas estas fechorías carentes de humanidad ¿En qué momento pasará esto tata?” Le dije a mi abuelo un día mientras me servía lechuga con limón en el plato de ensalada.

Mi abuelo Carlos siempre me daba la razón en estos debates, me entregaba más información de la que tenía, me enseñaba y empatizaba con mi descontento. Si bien dicen que en la mesa “no se habla de política”, la radio vieja que optan por tener encendida en mi casa no permitía que mi voz se callara en los almuerzos y más que política se hablaba de cómo nos estaban limitando la vida, no estábamos defendiendo partidos políticos, en nuestro debate defendíamos nuestros derechos. No se hablaba de política, se hablaba del futuro de nosotros y nuestro país.

En el almuerzo del 15 de Octubre la radio vieja nos informó que en una estación de metro de la capital, cientos de estudiantes comenzaron una feroz protesta por la reciente alza de la tarifa del pasaje. Un recorrido costeado en casi 900 pesos para ir a una universidad donde literalmente (lo viví) hay que elegir entre almorzar o sacar fotocopias y en el caso de los santiaguinos almorzar o volver a la casa. A medida que avanzaban las horas las protestas aumentaron en intensidad y se masificaron, miles de chilenos animándose a alzar la voz, no por el pasaje, no por los treinta pesos, esta fue la gota que rebalsó el vaso y la enérgica decisión de los estudiantes sería el pie que daría inicio a una potente lucha social.

El gobierno de Sebastián Piñera actuó con represión, fuerzas armadas y carabineros salieron en las calles al momento de declararse un estado de emergencia y posteriormente toque de queda en varias regiones del país.

Esa noche temí. Temí por mi pueblo, mi familia, mis amigos, temí por mi país. Redes sociales estallando en noticias, vídeos monstruosos de carabineros hiriendo gravemente a los manifestantes. Me embriagó la impotencia. Me llene de tristeza al ver cómo ocurría ante mis ojos un hecho bastante similar al comienzo de la dictadura en los años 70, histórico hecho que mis abuelos me relataban en primera persona. Lloré, llore durante veinte minutos en el pecho de mi tata Carlos, como una niña preguntándome qué pasaría, no quería ver a nadie morir. La tensión se sentía en el aire, la incertidumbre, la impotencia que sentía al ver al gobierno actuar con tanta falta de empatía, represión, violencia y un profundo desinterés por su país y respuestas cargadas de burlas.
Esto tenía que pasar. El pueblo chileno alzando sus voces, cansados del descontento que aumentaba día a día al perder más y más derechos. Cacerolas, carteles, pitos, trompetas, cánticos en masa pidiendo a gritos una solución. Pidiendo a gritos el cambio, la revolución, pidiendo con el alma justicia y consideración por el ser humano. La protesta continuó los días posteriores, se sumaban heridos, desaparecidos, jóvenes detenidos injustamente y más vídeos de las fuerzas armadas mostrando su peor cara luego de que el presidente declarará frente a los medios de comunicación que el país estaba en guerra. El caos se apoderó de Chile. Un país lleno de naturaleza, desierto, costa, bosques, ríos, islas y cordillera.

Estuve tensa, mis emociones se dispararon con la misma potencia que los perdigones dirigidos por las fuerzas armadas, esas que juraron proteger al pueblo que hoy apuntaban.

Luego de días en que los edificios quedaron destrozados por los manifestantes y aunque cueste creerlo, por los mismos carabineros armando sucios montajes para incriminar al pueblo, esperando así desunirlo.

Aumentó la cifra de muertos, heridos, abusados sexualmente, tanto mujeres como hombres, niños y ancianos. Ninguno representaba una diferencia ante las fuerzas especiales. No hubo discriminación. El presidente, ya detestado por la mayor parte del país, aparecía una vez al día para dirigirse a su pueblo, pueblo traicionado por sus decisiones egoístas, pensadas para el progreso de la economía, economía que solo les favorece a las siete familias más ricas del país. Robando fondos necesarios para la educación, costosa y de débil calidad, al igual que la salud pública, en que enfermos de cáncer morían esperando una operación de la cual recibían la hora, estando fallecidos hace meses. Salud que no cubre las necesidades de un país enfermo, enfermedades graves atendidas una vez al mes, listas de espera infinitas y falta de insumos. Unidades de salud mental deficientes siendo Chile un país con un elevado índice en enfermedades psiquiátricas, depresiones y suicidios.

Suicidios que llevaron a cabo ancianos de la tercera edad, que trabajaron toda su vida para tener una pensión digna recibiendo en la actualidad una pequeña cifra correspondiente al monto que quedaba disponible, descontando la enorme cantidad de dinero que las empresas privadas administradoras de fondos de pensiones (AFP) se metían al bolsillo, repartiéndosela entre grandes empresas y sus respectivos empresarios ambiciosos, cegados por el capitalismo, cargados de egoísmo y falta de valores humanos.

Robos, como todos los que se le conocían al presidente a lo largo de su vida, presidente que seguía callado. Levantó el estado de emergencia y alzó la nueva promesa para el futuro digno del país “La nueva agenda social” repitiendo sus hipócritas frases de tiempos mejores, de dignidad para el pueblo, llenándose la boca de supuestas mejorías y aumentos en las pensiones. Aumentos carentes de esa dignidad profesada. Un par de pesos más, nada que valiera tanto como el costo de vida en Chile. Levantó el estado de emergencia y pidió disculpas por descuidar al país. Mientras en las calles carabineros y militares vistos consumiendo cocaína seguían torturando al pueblo, pueblo aún insatisfecho y con más fuerza para continuar la lucha. La nueva agenda social que sigue avanzando hasta el día de hoy, no vale absolutamente nada, ni llena la tranquilidad del pueblo, el que aún está en la calle. No avanza. No como los chilenos en marcha cantando “El pueblo unido jamás será vencido”. El gobierno se ha limpiado las manos con palabras vacías, aún egoístas, llevando a acabo la doctrina del shock a la vez que el presidente pide disculpas. Aterrorizando a la gente, menos a la mayor parte de la protesta más grande del nuevo milenio en Chile. Los jóvenes, esos que no han tenido miedo, esos que han querido vengar a sus abuelos que vivieron la dictadura, luchando por el futuro y el presente digno del porcentaje de la población denominado “clase baja y clase media”.

Asistí a una manifestación, hermosa y dolorosa a la vez, escuchar las voces y sentir la vibración de mi ciudad me lleno de esperanza, tantas almas unidas por la justicia proyectarán su petición al cielo y mi país saldrá adelante. No conocía las lacrimógenas, no pensé que sería tan pronto. Corrí con toda mi adrenalina y grité viva Chile. Ya van tres semanas desde que comenzó la revolución de la primavera. Aún no hay asamblea constituyente, aún no hay democracia, el pueblo no ha sido escuchado de verdad y aún no sale de las calles. No saldrá, no saldremos, hasta que los caídos sean vengados, hasta que los asesinos sean juzgados, los ladrones derrocados y la constitución chilena sea construida nuevamente, velando por el derecho de vivir en paz. El cielo guardará a quienes cayeron por la traición del ejército, ejército no digno de respeto, nunca más. Se escribe de nuevo la historia en Chile, se agrega una página está vez a colores, del millón de manifestantes valientes que lucharán hasta vencer. La vida me enseñó que se cosecha lo sembrado y la pregunta junto a la radio vieja está siendo contestada. ¿Cuando le llegará el karma a este malvado gobierno? Está llegado por fin y su cosecha partirá su alma. Chile será un país libre como las olas del Pacífico y el pueblo estará lleno de una majestuosa paz como la cordillera de los Andes.

Por María Ignacia Véjar “Jazmín de Noviembre”.

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María Ignacia Véjar Obreque
Escrito por María Ignacia Véjar Obreque "Jazmín de Noviembre" Seguir