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La verdad sobre la igualdad

Pablo Mh Pablo Mh Seguir May 20, 2019 · 9 mins lectura
La verdad sobre la igualdad
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Hace unos días, alguien compartió en la sección de Noticias de mi Facebook, un video donde un grupo de niñas denunciaban diversos problemas a los que se enfrenta la mujer moderna. Ninguna de ellas tenía más de diez años, todas vestían un tradicional traje de princesa — con moños y tutu color rosa — y todas también, dejaban escapar gruesas groserías mientras criticaban a gritos la situación legal, económica y social de la mujer en el mundo. Un recurso sencillo pero impactante para lograr una considerable atención sobre el pequeño clip publicitario. Confieso que al principio, me resultó un poco chocante escuchar a niñas muy pequeñas, exclamar “Fuck” o el conocido “Mother Fucker” para puntualizar el número de mujeres que cada año son agredidas y sufren abusos sexual, las cifras de desempleo femenino y los indices de Feminicio en varios países del mundo. Después, me pregunté por qué era necesario un recurso semejante para llamar la atención del espectador. Por último concluí que quizás no se trataba de una audaz campaña publicitaria, sino de un desconcertante manifiesto sobre lo que consideramos verdaderamente importante o no.

(Podéis ver el vídeo aquí)

Lo pensé cuando leí los numerosos comentarios que acompañaban la publicación. La mayoría se trataban de opiniones tibias, casi prudentes, sobre la eficacia del tono de la publicidad pero una minoría, insistió en que la imagen de niñas gritando groserías les resultaba cuando menos vulgar, desagradable. Alguien mencionó que se trataba de “un recurso efectista” sin ningún valor real e incluso, hubo quien insistió que “todas las feministas eran una porquería” y añadió un link de un artículo donde se criticaba las enormes ganancias que las campañas publicitarias feministas generaban. Por cierto que, fue una mujer quien lo hizo.

No me sorprendió la reacción. Lo que sí me desconcertó — y me hirió — es que nadie hizo la menor mención al contenido directo de la publicidad. A pesar de que la mayoría de las críticas que menciona son absolutamente, válidas, preocupantes y peor aún, cotidianas. Pero, para el grupo de comentaristas — e imagino que para gran parte de los casi 5000 usuarios que miraron el comercial sin dejar opinión alguna — el verdadero problema radica en la imagen brutal e incómoda de una niña pequeña pronunciando una grosería. Eso parece ser más desagradable, que cuando a mitad del clip, las cinco niñas que lo protagonizan se detienen frente a la cámara, mirando directamente al espectador. Una de ellas, con una expresión preocupada y demasiado adulta para su carita mofletuda indica “según cifras actuales, una de cada cinco mujeres del mundo será abusada sexualmente en algún momento de su vida”. Luego suspira, mira a sus compañeras, parpadea. “¿Quién de nosotras lo sufrirá?. La cámara muestra entonces al pequeño grupo, con las manos apretadas contra las caderas, rigidas, asustadas. Demasiado pequeñas para decir groserías, pero no demasiado pequeñas para saber que todas se encuentran en riesgo de padecer, por razones que nadie puede deducir con claridad y que parecen más históricas que fácticas, una agresión. Que son vulnerables en un mundo violento que toma decisiones sobre su cuerpo y que les considera frágiles, por el solo hecho de ser mujeres. Y aún peor, de una sociedad que victimiza, menosprecia y distorsiona su opinión e identidad por considerarlas “naturalmente” distintas, asumiendo que esa diferencia es sinónimo al menos de debilidad.

Porque los derechos femeninos no parecen ser lo suficientemente significativos como para ameritar una lucha concreta. Incluso, durante los últimos años, el hecho de ser “feminista” se considera una forma de extremismo, una locura social que no tiene el menor asidero, que incluso carece de verdadero sentido. Está “pasado de moda”, como parece ser la opinión de la articulista Ana Bolena Meléndez quien publicó en la edición Online del diario Excelsior de México, una proclama donde declara que “El feminismo está pasado de moda” y que “todas las mujeres tenemos ya suficientes derechos como para seguir reclamando otros”. En la misma línea de su artículo, hay toda una corriente de pensamiento que condena la insistencia de diversas organizaciones que intentan proteger, defender y divulgar las multiples problemáticas de las mujeres alrededor del mundo. De hecho, la palabra acabó convirtiendose en un insulto directo, la descripción de una mujer que agresiva, violenta. Una figura irascible y radical que me produce cuando menos un poco de conmiseración.

Todo lo anterior, mientras la cultura de la Violación sigue siendo parte de la mayoría de las sociedades del mundo. Mientras la mayoría de las mujeres del mundo, deben enfrentarse a la percepción que el género y su capacidad para concebir disminuyen sus capacidades y habilidades físicas y mentales. Mientras buena parte de la publicidad, muestra a la mujer como un objeto sexual deseable, sin opinión ni tampoco identidad. Mientras el salario de la mujer continúa siendo al menos 20% que el de su contraparte masculino que desempeña las mismas funciones y que tiene la misma preparación académica y la misma experiencia laboral. Mientras gran parte de las agresiones sexuales son consideradas “descuidos” o incluso “provocaciones” de la Víctima. Mientras a la mujer se le sigue insistiendo en que cuide como vestir, pero que se preocupa muy poco por educar al hombre para no violar. Mientras a una mujer soltera y que no desea tener hijos, es considerada una rareza y muchas veces sometida al prejuicio. Mientras la palabra “lesbiana” se considera un epíteto vulgar. Mientras la figura femenina continúa siendo definida únicamente por su capacidad para concebir. Mientras las mujeres de varios países del mundo, continúan padeciendo un tipo de percepción legal que cercena sus derechos y su identidad como ciudadano. Mientras a diario veinte mujeres son maltratadas en sus hogares. Mientras los indices de la impunidad del Feminicio aumenta de manera exponencial. Mientras las mujeres Iraníes siguen siendo condenadas por cometer “delitos” como salir a la calle sin compañía masculina. Mientras mujeres en los Emiratos Árabes son condenadas a severas condenas de prisión por ser violadas.

Como las groserías pronunciadas por las niñas, el fondo de como desempeña su lucha el feminismo, parece continuar siendo mucho más importante que la razón que promueve la lucha. La principal crítica parece ser la ferocidad de la militancia o el hecho que algunas feministas no se rasuren el vello corporal. A nadie parece importarle demasiado la razón de fondo, que promueve una batalla de ideas que durante décadas a intentado revalorizar el nombre y el valor de la mujer. Como la imagen de niñas que gritan groserías llevando trajes color de rosa, más importante parece ser el prejuicio, lo aparentemente inadecuado de la idea superficial, antes que el fondo mismo del planteamiento. ¿Quién realmente puede decir que faltan razones para continuar insitiendo en la figura de la mujer debe revalorizarse? ¿Quién puede decir, más allá de un análisis elemental sobre lo que se propone que el feminismo no propone ideas concretas sobre la necesidad de lograr la inclusión definitiva de la mujer y reconocer el valor de su diferencia?

Fui feminista antes de saber que lo era. Tenía catorce años cuando comencé a hacerme preguntas muy concretas sobre las razones por las cuales se me consideraba distinta, sólo por ser mujer. El motivo por el cual debía temer caminar por una calle oscura, cuando un hombre podía hacerlo con toda libertad. Por qué no podía llevar la ropa que quisiera sin recibir criticas o miradas reprobadoras. Por qué “las mujeres eran para la casa” y los “hombres para la calle”. Por qué debía soportar miradas groseras y comentarios denigrantes de hombres desconocidos. Por qué se dudaba de mi capacidad física sólo por ser mujer. Eran dudas, preguntas y cuestionamientos que poco o nada tenían que ver con un tipo de ideología concreta, con un movimiento en particular. Solamente quería saber por qué se me considera distinta por mi género. La razón por la que ser mujer me obligaba a cumplir una serie de pautas de conducta que no había pedido o que no consideraba admisibles. Nunca obtuve la respuesta que deseaba.

De manera que seguí insistiendo, llamándome feminista o no. Continué haciéndolo porque lo consideré necesario, moral y sobre todo, indispensable en mi manera de asumir el mundo que me rodea, la manera de comprender mi identidad más privada. Y es que no necesito dejar de depilarme el vello de las axilas para saber positivamente que una mujer debe aspirar a los mismos derechos, perrogativas y ventajas sociales, culturales y laborales que un hombre. No tiene la menor importancia si me maquillo o no, si llevo falda larga o corta, si muestro el escote o no, en el hecho que aún buena parte de los hombres de mi país me consideran frágil, vulnerable, una criatura débil que debe ser protegida. Importa poco si llevo el cabello corto, si no uso perfume en el hecho, que a cada hora, una mujer de mi país es violada. Que aunque le cocine o no el desayuno a mi novio de turno, las condiciones de menosprecio que soportan millones de mujeres en el mundo, seguirán siendo motivo de lucha y reclamo. Porque más allá de lo cosmético, de lo banal y lo futil, el feminismo o mejor dicho, esa noción de la necesidad de reclamar lo que creo justo, seguirá siendo indispensable e incluso inevitable en mi manera de ver el mundo. Un valor ético al que no pienso renunciar.

Durante los últimos minutos del video, las niñas que lo protagonizan saltan y ríen. De nuevo, sólo son niñas vestidas de color de rosa, más allá de la controversia y el mensaje que transmiten. Una mujer adulta — que tengo la impresión es la madre de alguna de ellas — aparece en pantalla, llevando una camiseta alusiva al mensaje del video. Habla sobre la organización que representan y de como colaborar a difundir su lucha. Más tarde no recordaré el nombre de la organización ni mucho menos, compraré la camiseta que publicitan, pero si recordaré que aún, hay mucho por hacer para que la sociedad deje de asombrarse por lo obvio y comience a analizar lo fundamental.

C’est la vie.

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Escrito por Pablo Mh