Intento ver con optimismo los resultados de las elecciones, sacar algo positivo de todo esto. Un trocito de mí, sonríe al pensar que mis peores augurios no se han cumplido. La mayor parte de mí, llora al tomar conciencia de cómo han cambiado mis expectativas, cómo ha bajado mi exigencia y ha aumentado mi conformismo.
La extrema derecha, el odio, el machismo, la homofobia, la xenofobia… Ya estaban en el Congreso. Aunque llevaban careta y eran cautelosos. Pero ya no más.
Ahora llega una secta que pone en la agenda política todo ese odio que nadie se atrevía a decir, pero sí a pensar. Llegan esos que desearían que no hubiera tenido que votarles nadie. Llegan con sus espadas y su discurso del miedo. Vienen con su extremo nacionalismo, su extrema arrogancia y su escaso sentido común. Se cagan encima de la democracia y de los Derechos Humanos. Y lo que es peor… Da igual cuántos diputados saquen, ya han abierto la veda, contagiando a sus iguales con disfraz su discurso de odio y miedo. Y ya da igual, los otros ya no tienen que medir sus palabras. Ya no tienen que tener cuidado con lo que dicen. El que más lejos llegue, más votos gana.
Y mientras, esta patria fallida, este país fragmentado, que no es patria, y a penas es país, se rompe más y más a cada segundo que pasa. Se llena de odio, de egoísmo y de miseria humana.
Hay muchas cosas positivas hoy, pero las negativas son tan graves que no puedo permitirme celebrar nada. Hay tanto fascista en esta tierra mía que tengo más ganas de vomitar que de reír. O nos tomamos al enemigo muy en serio y peleamos como si nos jugasemos nuestro futuro (pero sin el como), o mucho me temo que no tendremos tiempo ni para arrepentirnos.
No os relajéis, no hemos ganado nada. Los derechos no terminan de ganarse nunca.
Des-igualdad entre personas