Me encontré al vago de siempre en la esquina de siempre; podrido en su inmundicia, reflejo eterno de la decadencia del hombre.
¿Se puede caer más bajo? Claro que sí, siempre se podrá. Agita al quien siempre pasa una tacita llena de las dos mismas monedas, y devuelve una sonrisa a quien llena la taza.
No hace actos, trucos, bailes o recitales, solo un espasmo en la muñeca que ya casi será por simple inercia. Río por ello.
Me le acerco, me mira sin decir nada, se corre a la izquierda unos cuantos centímetros para darme asiento.
– Hola –le digo fríamente mientras saco mi taza– ya volví, papá.