La exitosa saga de libros Game of Thrones, de George R. R. Martin. llegó a la pantalla grande en 2011. Desde allí, la escritura de los libros se ralentizó debido al gran éxito de la serie producida por la compañía estadounidense HBO. Tal es así que el sexto libro -de siete- de la saga se encuentra standby hace un tiempo. Y esto no pasó por casualidad sino por causalidad.
Martin traicionó a sus lectores, desde la demora por el sexto libro hasta el final de la saga en la pantalla. ¿O no? Claro, está la posibilidad que en los restantes libros la trama gire y el desenlace sea distinto al de la serie, que tan a disgusto dejó a la comunidad de fans. Pero difícilmente ocurra, ya que el autor no dio precisiones que la trama se resuelve de una manera tan distinta a la vista en HBO.
Si la prioridad era la historia, ¿por qué acelerar las últimas dos temporadas, que fueron puramente producidas para la televisión? Simple y claro: producto a explotar. En eso se transformó Game of Thrones. En un objeto comercial que llegó a la televisión de la mano de los libros, que cuando vio que podía alcanzar cuantiosas cantidades de dinero, se soltó la cadena y subió, subió, subió… y cayó estrepitosamente.
La octava temporada fue un éxito en rating, no así en empatía. Es cierto que comercialmente cumplió y con creces, pero si de un producto pensado para fans de los libros -este también es un mercado, pero si en primera medida se apunta a ese y se gana un prestigio, se debe respetar- se pasa a uno pensado a chicos de pantalla y se termina todo de una manera acelerada y con más nubarrones que sol, se puede decir que fracasó. Game of Thrones cayó en las garras del mercado, de la tendencia y la moda. Cayó en las garras del capitalismo.