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Escúchame

Hektor. Gonz Hektor. Gonz Seguir Jun 15, 2019 · 3 mins lectura
Escúchame
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En ocasiones hemos hecho o dicho aquello de lo que no estamos del todo orgullosos. En cierta forma el producto de lo que somos, es simplemente parte de lo que ha salido alguna vez por nuestra boca. El hablar incoherentemente, el infundir sobre los demás falsas injurias no acarrea resultados apacibles. Mucho te alejas de la realidad para aislarte de aquellos que te señalan con el verbo, constantemente estás recibiendo información a tu centro auditivo, ese al cual muchos llamamos oído. Al final es mero entrenamiento psíquico y mental el tomar lo que necesitas para germinar tu verdadera personalidad y desechar lo que no te sirve para encontrar sintonías perfectas que se adapten a ti.

Hablar es la tarea más difícil de hacer. Cuando eres un niño y reconoces del mundo algo nuevo, balbuceas con la necesidad de comunicar algo, ya sea por hambre, sueño o simplemente para hacerte escuchar. Somos un mapa que se va construyendo con el tiempo, lo que el sonido plasma en nuestra voz es el efecto de nuestro florecimiento, y por consiguiente es la imagen de nuestra generalidad. Si insultas y ofendes demuestras que en tu interior no eres tan apacible, existen demonios que vilipendian tu estructura interna e infundes en los otros lo que simplemente detestas de ti.

Te debates constantemente en ser un correcto hablante, en que tus palabras trasciendan las acciones y permanezcan en el espacio. Todo es un mundo de posibilidades cuando al hablar amen escucharte, ya que las palabras se propagan y resultan en cambios que tocan fibras sensibles del ser. Muchas veces malgastamos tiempo y esfuerzos en cultivar otras potencialidades, en buscar una buena apariencia, en ejercitarnos tanto hasta desfallecer o pensar mucho en aquello que nos hará más atractivos. Estas son preocupaciones vanas y no reparamos en lo más importante que es cultivar el habla.

Las palabras tienen un poder especial, son capaces de apaciguar, calmar, enamorar, conmover e incluso enfurecer y crear sentimientos, pensamientos que podrían ser negativos y perjudiciales. Una palabra suave apacigua la ira; pero una palabra grosera, inarmónica, produce enojo, disgusto o involucra al oyente en una sensación insana de melancolía, tristeza y odio. Sin embargo nunca se debe condenar a nadie por el habla, por el simple hecho de no juzgar a nadie.

Pero las incógnitas surcan muchas veces nuestros pensamientos, nuestra mente intenta asimilar que las palabras tienen acción y reacción, como si de una teoría newtoniana se tratase, pero en realidad quien lo oye, quien es el receptor en este proceso de trasmisión de un mensaje es quien hace una proeza peculiar, por esta razón, somos buenos oyentes?… no solo para escuchar a los demás, sino también quien reside dentro de nosotros y se comunica, esta acción, este sentido de oír es el que determina de qué forma hablar para que los demás amen escuchar. Comenzando por escuchar de tal forma que los demás aprecien la delicadeza con la que descompones las palabras y las armonizas en tu mente, comprendes el mensaje y lo plasmas en gestos y reacciones hermosas.

Nos hemos convertidos en esclavos de reacciones vagas, en títeres de nuestro intelecto y vagamos obsesionados con la idea de tergiversar el mundo. Queremos que nuestras palabras sean las únicas que se escuchen, de que nuestros oídos no se atavíen de palabrerías que creemos absurdas, y reparamos siempre en lo malo, en lo equivoco, y es cuando escuchamos el descontento o desacuerdo de los demás y nos transformamos en animales heridos listos para defender nuestra posición.

Es el momento de calmar el ímpetu, de respirar profundamente en un juego constante de inhalar y exhalar, dejar las perturbaciones y desequilibrios de las reacciones y hacer que nuestra palabra trabaje al unísono con nuestro oído, en una canción cada instrumento cumple un rol esencial, de esta forma debe escucharse nuestro mensaje, para que lo amen.

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