Un rayo de luz pálido entró por su ventana, e iluminó la habitación y todo lo que había en ella; su cuerpo inerte yacía sobre la cama, era el tercer día del plenilunio y el comienzo de mi infierno, día perfecto para tomar decisiones, según dicen.
Seguro, has notado cómo temblaban mis labios en el café desde el momento en que empecé a escuchar tus pasos pesados en cada rincón de la casa. Perdona, no lo puedo evitar, el movimiento intermitente de mi ojo izquierdo no me deja concentrarme y mi pulso es bajo, pero aun lo siento. Como dije, era un día perfecto y entonces decidí preparar todo para nuestra escapada, y ahí estabas, me quedé observándote; acaso, amor ¿te he dicho alguna vez, lo mucho que me gustaba verte dormir? ¡Aaaaaah! eras una especie de éxtasis que revitalizaba mi ser. Bueno ¡ya es suficiente! el tiempo apremia, dije. Y mi mente no paraba de traerme a la misma escena, una y otra vez. Sé que deseabas estar sola ¡lo sé! siempre prefieres estar sola.
Yo solo… ¡QUERÍA ACOMPAÑARTE! grité. El sonido de mi voz afilada quebró el vacío y el imperturbable silencio siguió invadiendo mi alma.
¿Qué se supone que haré ahora? me pregunté, no puedo dejarte aquí, le dije. Aunque estaba muerta podía sentirla en cada espacio de la casa, en cada espacio de mi piel. Yo la amaba y por eso la maté.
Su peso muerto sobre mi espalda me sobrecogió extrañamente en una sensación de alivio, y he bajado la mitrada hacia mis manos pálidas, parecen pequeñas lunas bañadas en sangre; sonreí para mi, tu cuerpo luce de la misma forma, dije. Siempre tuviste esa maldita apariencia de luna, pero ¡te digo algo? me acerqué a su oído y susurré: Hoy te pareces mas a mis manos.
Bien puedes seguirme hasta la eternidad, indiqué con un encogimiento de hombros, de todas formas no lo notaré, siempre fuiste fría y distante ¿cuál es la diferencia ahora? el único medio en el que puedo estar contigo es este, pero ya estoy cansado.
Desde que estas muerta, me siento menos solo y es curioso ¿no lo crees? mientras respirabas apenas me pertenecías, no querías ser de nadie; y sin embargo, la soledad quemaba en mi pecho cada día y verte sin mi, alargaba la agonía; pero no te preocupes, amor.
Ahora podemos estar juntos por siempre.