Las noches lloradas, los chicos amados, las penas desechadas, los momentos angustiados y la locura transitada parecían poner fin, pero al final nunca es así. Siempre acaba repitiéndose. Lo intentas y te aferras, te aferras a cualquier cosa, el deporte, el trabajo, la escuela… Pero todo sigue estando ahí como si no se fuese a ir nunca. ¿Acaso importa tanto? ¿Cuánto de importante es?.
Las burlas de tus compañeros, las críticas de tus amigos, el desencanto que tuviste cuando te diste cuenta que el mundo no iba a ser como tu querías, que apenas podías mejorarlo, que la injusticia iba a seguir existiendo, que muchos niños iban a seguir muriendo y no solo literalmente, sino por la mina disfrazada que suponía la sociedad que los envolvía.
Las noches en vela pensando en sueños que sabías lejanos de cumplir, las noches de sábado pensando que una fiesta te hacía más adulta, los chicos a los que conociste que te hacían creer madura… Todo eso, una mentira.
La realidad más dura de lo que conocías, y es que pasado el tiempo te preguntas:
¿Cuándo se pasa? ¿Cuándo se va el miedo a crecer? ¿A ser independiente? ¿A echarle valor a la vida?
He llegado a la conclusión de que al final no se va, pero en el intento llegas a creer que lo consigues y en el transitar de la vida acabas acostumbrándote.