Vivimos en un constante ritmo, agitado, insinuador, imperante, y sobretodo agotador. Constantemente terminamos la rutina del día con un agotamiento difícil de explicar; cada día haciendo lo mismo, caminando sobre los mismos pasos, viendo las mismas caras, contemplando los mismos paisajes carentes de expresionismo, soñando con que el mañana nos preparará un mejor día o tal vez no. Y, nos levantamos tratando de sonreirle a una nueva esperanza de vida, esperando que algo extraordinario pueda pasar, que haga diferente nuestro parecer y la forma de ver las cosas.
Subir, volar, bajar, no caer. Es la forma en la que percibo las cosas; un momento estás arriba disfrutando de la vida, la alegría, la euforia, y el siguiente las perspectivas cambian, el descenso es trascendental y olvidas aquello que te hizo estar en las alturas pero, no caes, te mantienes allí, esperando que regrese esa tranquilidad. Y así es como de una manera u otra, se aprende a llevar bien con la vida, algunos días pateándola tú, otros pateándote ella a ti, sabiendo sobrellevar el peso de lágrimas encerradas que no saldrán porque así decides no permitirles.