Ese momento cuando tu corazón se encuentra fraccionado en mil pedazos, cuando sientes aquella insana decepción, cuando tu corazón está completamente roto. Es allí cuando por primera vez te haces consciente de tu debilidad humana, cuando finalmente comprendes que no eres indestructible, que estás hecho de carne y hueso como todos, y que como todos puedes llegar a ser herido.
Cuando tienes el corazón roto lo más normal es llorar, gritar o dormir en un intento por calmar ese amargo malestar, esa opresión en el pecho que provoca una falta de aire, pero la verdad es que… cuando tenemos el corazón roto nos hacemos más conscientes, más humildes, nos quitamos esa venda invisible que nos impedía ver el mundo en todo su esplendor.
Tener el corazón roto implica muchas cosas, una de ellas y la cual me parece muy importante resaltar es el como aprendemos de nuevo a confiar, como a medida que sanamos la herida nos hacemos más fuertes. Cuando tenemos el corazón roto, se nos da un regalo. Una nueva oportunidad. Pocos lo ven de esa forma y la tiran a la basura intentando reemplazar, olvidar y nadie se detiene, cierra los ojos y se dedica a lo único que puedes hacer cuando te han roto el corazón. Aceptarlo y seguir adelante…