Mi papá es un músico apasionado, y cuando yo era niña lo miraba ejecutar diferentes instrumentos musicales con una pasión tal que simplemente me quedaba ahí, fascinada, viéndolo con una enorme sonrisa en el rostro, orgullosa de que él fuese mi papá; en una ocasión le pregunté sobre por qué me emocionaba tanto escucharlo tocar el piano, o la guitarra o escucharlo cantar y simplemente respondió que tenía corazón de artista. Con el tiempo fui entendiendo lo que esto implicaba: percibir las emociones con mayor intensidad, amar sin límites, sin condiciones, entregar absolutamente todo y desbordarme de amor o de lujuria, según el caso lo meritara. Todo o nada. Amar a medias o no amar.
Quise explicar en más de una ocasión a las personas que me rodeaban lo que significaba tener corazón de artista. No lo entendieron. Desde entonces, me dedico a amarlos sin condicionar, entregarme sin esperar, soñar sin explicar.
Creo que todos tenemos un corazón de artista que necesita ser explotado, necesita ser sacado a la luz, pues cuando eso pase, el orgullo pasará a segundo plano, los pretextos irán al fondo del armario y sólo habrá espacio para apreciar lo bello de la simpleza humana.