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El enigma de la Luna

Victoria R. Victoria R. Seguir Aug 08, 2019 · 2 mins lectura
El enigma de la Luna
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Estaba entonces escuchando el sonido del agua correr por la pileta de aquel baño cuando a la mente se vino mi Luna.

Hacía días que daba pasos perdidos pensando en ella mientras todo a mi alrededor se esclarecía para luego tornarse oscuro.

“Tic-tic”; el ruido de la cuchara contra mi usual taza de té resonaba en mi cabeza transformándose en un eco perdido entre las memorias indelebles de algunas almas extraviadas en mis días.
Por ahí el estrés siempre me llevaba a chocar sobre el mismo tema, pensaba.

Pero el asunto radicaba en la incesante necesidad y habilidad de observar la Luna a diario, mi Luna.

Ella dibujaba con la fuerza de su luz algunas esperanzas conscientes que yo tenía desde niña, las dibujaba en ese cielo copioso de sugerentes estrellas y perfectas constelaciones, ella las dibuja como si fueran invisibles. Y yo discurría en ese entonces la inmensa capacidad de aquella Luna a la hora de avanzar día a día para volverse un poco menos fría ante tan vigoroso Sol.

Mi admiración, se puede decir, también residía en el poder que transmitía tan lejana figura. Era por eso que mi taza de té y yo nos sentábamos juntas en el cordón de la vereda de aquel vetusto barrio para observar la Luna pasar cada día; también la mirábamos con la esperanza de que nuestro golpecito en el borde hiciera algún efecto en ella y se diera vuelta para mirar semejante circo de un par de locas caprichosas que sólo buscaban llamar un rato la atención.

Cada día podía darme cuenta de que la contemplaba un poco más que la noche anterior, y con esa práctica tenían lugar algunas paranoias personales que hacían de la cuestión una actividad temerosa y energizante.

“Tic-Tic”; esta vez el sonido se propagó de manera más diligente y entusiasta para darme el golpe final que me reacomodará a mi realidad. Y ahí estaba yo, sentada sobre el hormigón, con una taza vacía en la mano y la cuchara de plata de la abuela en la otra; mi mirada en el cielo nocturno, mi psique en la Luna, y el enigma en mis ojos.

El enigma de la Luna: las almas perdidas en un solo cielo, el grito situado en el momento justo, la calma agonizando en el último segundo; el enigma de Mi Luna: el “tic,tic”de aquella taza humeante que se desprendía de mis manos y se pugnaba con el hormigón en donde esa constelación ahora tenía sentido y alma, eso que a tantos les falta.

El enigma de la Luna: mi reflejo en su cintura.

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