¿Cómo definimos la palabra democracia?, ¿cómo una ilusión?, ¿o cómo la forma de gobierno en la que el poder reside en el pueblo?
Los pesimistas dirán que la primera, y los optimistas la segunda… ¿qué hay de los realistas?
Es bien sabido que el México actual dista mucho de ser una sociedad perfectamente equilibrada; carecemos de respeto, justicia y equidad, valores fundamentales para caer en la categoría de democracia. En su lugar tenemos una sociedad marcada por la indiferencia, logrando convertir las emociones más humanas, como la empatía y la compasión, en signo de debilidad.
Si lo vemos desde ese punto de vista, podríamos darle la razón a los pesimistas, pero… siempre hay un pero.
La democracia se vuelve factible, simple y sencillamente, porque todos y cada uno de nosotros tenemos la capacidad de cambiar. Hay algo emocionante y extremadamente peculiar, sobre el hecho de que en cualquier momento puedes tomar un nuevo camino, hacer o decir algo diferente.
Esto significa que no estamos condicionados a ajustarnos a una realidad que no queremos vivir, a una sociedad donde la inseguridad es el pan de cada día.
Así que, ¿cómo lo hacemos?, ¿cómo erradicamos siglos de injusticia, racismo, clasismo, machismo, e ignorancia? empezando por nosotros mismos. Suena trillado, y gracioso hasta cierto punto, pero es una verdad absoluta que nadie puede imponer un cambio de actitud, o de mentalidad, más que en uno mismo. Qué mejor ejemplo que este artículo; no puedo obligarlos a que estén de acuerdo conmigo, o viceversa. Su posición respecto al tema depende meramente de su ideología.
Contrario a la creencia popular, no estamos en donde estamos únicamente por los de arriba. Es un problema externo e interno; pueblo y gobierno. Ellos tiran para un lado y nosotros para otro, creando un círculo interminable que sólo puede romperse con la unión de ambas partes.
Hagamos del nacionalismo una nueva moda, porque alguien que ama y respeta a su país no es capaz de dañarlo en ningún sentido. Depositemos nuestras esperanzas en nosotros mismos, practiquemos los valores que nos inculcan con tanto fervor, y tengamos en mente que la transformación no sucede de la noche a la mañana, ni con dos o tres personas dispuestas.
Se consigue cambiando el chip mental.