Las palabras permanecían etéreas en el ambiente durante miles de generaciones, flotaban de unas mentes a otras como parte de la heredad. El tiempo fluía mientras tomaba cuerpo el lenguaje. Se acrecentaba, se sofisticaba, se intercambiaba. De repente, como hito histórico, se sintió la necesidad de plasmarlo como grafismo en piedra, barro cocido y finalmente en papel.
Las narraciones comenzaron a poblar más allá de las noches, frente a las hogueras y los cánticos. Reales, imaginarias, mitológicas, para enseñar o para recrear un posible porvenir.
El bagaje narrativo crecía y se poblaba de dioses, héroes, animales, tierras lejanas… Las manos habilidosas, empuñaron plumas que deslizaban palabras sobre pergaminos, mientras se entintaban desde cristalinos botes que contenían el negro líquido.
Pergaminos, legajos y finalmente libros. se escribían y custodiaban cautelosamente. Las bibliotecas surgieron como edificios donde la curiosidad, la imaginación y el conocimiento se conservaba.
Los siglos siguieron corriendo. Nuestro acervo sufrió modificaciones, censuras, quemas y olvido. Pero las plumas jamás dejaron de dar vida a historias narradas con cuidado, amor y dedicación.
Poco a poco fue creciendo una negra sombra acechando a aquellas plumas bienintencionadas. Lentamente les iba amenazando, siendo al principio poco menos que una chanza. Pero cuando la negra sombra terminó de crecer, alargó sus macilentas y fías manos sobre nuestro bien tan preciado, la literatura.
Esa negra sombra tenía ojos de dinero, estómago de ventas y manos de best seller. Se apoderó entre carcajadas de las plumas repartiéndolas a diestro y siniestro, sobre aquellos que no contaban nada pero llenaban hojas. Se reescribió la literatura, se bajó su calidad y se transformó en un producto de consumo rápido.
Se inventó la tienda donde se daba palabra a lo bueno, pero sobretodo a lo inútil. La literatura fenece lentamente entre lágrimas, mientras algunas plumillas intentan revivirla, pero sufre tantas puñaladas…
Ahora tiene alma digital, pero su dolor sigue siendo el mismo. Con la facilidad de lo virtual, se paren textos insípidos. ¿Será éste mío uno de ellos? Ya todo vale mientras tenga visitas, mientras sea leído sin demasiada profundidad, apenas unos instantes y al siguiente. ¿Lo habré escrito bien? ¿Habré narrado correctamente mis pensamientos? Sólo el tiempo y los buenos lectores lo decidirán.