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La crisis política chilena, un intento de democratizar la democracia.

Pablo Varas Pablo Varas Seguir Nov 13, 2019 · 4 mins lectura
La crisis política chilena, un intento de democratizar la democracia.
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Las crisis, como manifestación -o preparación- del derrumbe de una cierta concepción o práctica de funcionamiento, son la expresión auténtica de un camino equivocado, repleto de errores y de incertidumbres que dejan en exposición las evidentes contradicciones de una configuración en particular u orden en general. Las crisis políticas son terribles, puesto que prácticamente, atormentan a la sociedad en su conjunto, alterando de alguna manera, la vida de todos los individuos y hasta sus propias subjetividades. Situaciones decisivas en tiempos interesantes hacen de la política una necesidad urgente, sin embargo, surge una pregunta relevante respecto a aquello, que marca sin duda su desarrollo, y es que: cómo acercarse a un terreno que se le desprecia, que se le desconoce y que, más aún, es considerado el mal de todos los males (al menos, relativamente). Esto es producto del desgaste sistemático del prestigio (no solo de la política) en su cualidad más amplia, síntoma que deviene innegablemente de la introducción y expansión de la lógica mercantil al cuerpo íntegro de la vida social. La política no es un trabajo, ni mucho menos un producto, la importancia de esta práctica recae esencialmente en esa propiedad que en estos tiempos de consumismo frenético es difícil de hallar. La política, antes que todo, es mediación, cuyo propósito tiene como premisa fundamental la configuración de decisiones orientadas -supuestamente o, al menos en teoría- hacia el bien común.

En la política hay sociedad, es más la política crea sociedad, los representantes visibles automáticos de esta actividad resultan ser solo los “políticos”, dejando de lado al resto de los individuos, hombres y mujeres, ciudadanos y ciudadanas que pertenecen también a la sociedad. Cuando la política resulta ser exclusiva y diseñada estructuralmente de manera que sea una especie de pléyade de individuo cuyas decisiones están directa o indirectamente influenciadas por una fuerza mayor, grupos económicos que barajan las cartas en el país y el mundo entero, pierde absolutamente la legitimidad, y la respuesta política resolutiva de parte de los excluidos (ciudadan@s) es la insurrección que, como afirmaba Aristóteles en su obra “La Política”, le corresponde como derecho fundamental a estos mismos. De aquello entonces, se deprende un grave problema, pues, una forma de hacer política es una forma de crear sociedad, y una sociedad que está dañada por la forma de hacer política (y evidentemente por su desarrollo) tiene como panacea y herramienta fundamental la democratización de la democracia y la política, en su más amplio aspecto. Esta forma de la política que supuso una transformación en la sociedad se remonta al corazón del país, la Constitución y el modelo de “desarrollo” que impulsó la dictadura militar. De hecho, el problema no es tan difícil de dilucidar, es más, la crisis la venían alertando l@s científic@s sociales de hace bastante tiempo con evidencia empírica de sobra. Como dice el sabio dicho popular lo que empieza mal termina mal, haciendo alusión a que se debe tener absoluto cuidado con el origen de un proyecto, en este caso el proyecto de sociedad.

De esta manera, siguiendo este orden lógico, la sociedad chilena es un producto, un resultado del Chile dictatorial, pues su raíz política fue germinada en ese proceso siendo intensificado por los diversos gobiernos que tuvieron la tarea de traer de vuelta la democracia, el orden, la prosperidad económica, y el bienestar de la población (palabras claves de los tramposos, con el seductor lema esperanzador “Chile, la alegría ya viene”) de una manera legítima -y legal- con el apoyo de la población. Sin embargo, como manifiesta el dicho popular “la alegría nunca llegó” y esto porque la democracia y los gobiernos sucesores se dedicaron a aumentar la contradicción lógica interna en un país que se encontraba en la UCI, es decir que se agravó notablemente la enfermedad, legitimando los procesos orgánicos de la dictadura y apostando por ese proyecto de sociedad, que evidentemente sin una reforma estructural sólida (no esas glosas que ingenuamente el Presidente propone para solucionar la crisis) la pérdida de la textura social era -y es- inminente.

La crisis social actual es una gran oportunidad para terminar ese proceso, para cortar lazos con el germen de la dictadura que, prácticamente, mancha todas las esferas de la sociedad aún. Es una búsqueda desesperada de política, un intento de democratizar la democracia, un llamado a terminar con el proyecto fracasado de antaño, un grito provocado por la imposibilidad de soportar la contradicción social, el propio orden, la llamada normalidad que impuso el poder.

Mientras nosotr@s solo cocinamos malestar, nuestros dueños están configurando un gran paquete de medidas radicales para invisibilizar el propio modelo, cambiando todo para reforzarlo, así han visto históricamente la función de las crisis, pues para ellos solo es un tema absurdo de ideología.

Ahora bien, no seamos ingenu@s tampoco, el modelo nunca fue solo económico, el neoliberalismo penetró en nuestra forma de conducir la vida misma, la cultura está a su favor y con los mecanismos que están a nuestro alcance cabe la posibilidad de reproducir aún más este proyecto de sociedad tan contradictorio, pues, a fin de cuentas, nuestra subjetividad y percepción del tiempo están neoliberalizadas.

Ciudadan@s de Chile uníos, que la oferta del Mall ya no es relevante, ahora nos declararon la guerra. Gran país.

Bibliografía

Malcom X – El voto o la bala
Aristóteles – La Política

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Pablo Varas
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