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Todo lo que no debo olvidar

Ailén Montero del Valle Ailén Montero del Valle Seguir Feb 24, 2020 · 4 mins lectura
Todo lo que no debo olvidar
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Me gusta escuchar y leer historias de vida de otras personas. También me gusta mirar a las personas a los ojos para atender su reacción. Eso no falla.

Una vez yo miré a alguien y vi todo. Igual le dí para adelante. La suerte me ayudó a meterme hasta el fondo, y hoy me hago la que hablo sin peso del tema. Doy consejos y esas cosas. Sin ir más lejos, estoy escribiendo sobre eso. Ya veré con qué excusa presento el texto. Tal vez puedo decir que leí una noticia que me motivó a contar mi experiencia para que a nadie más le pase. Como sugiriendo que, ante la advertencia, el otro estaría protegido. Lo más absurdo es que la supuesta advertencia no es más que una manera de expresarme. La que encontré ahora. Mañana tal vez junto gente y hago un grupito de auto ayuda. Aunque, antes de eso, mejor me pego un tiro en alguna parte del cuerpo que sea muy sensible, de manera que me asegure morir pronto, y sin participar.

Hace un tiempo leí sobre los aniversarios. Algo tan simple como el día del odontólogo, por ejemplo, que para los odontólogos es importante, pero en este caso voy a algo más personal aún. Aniversario de algo que te pasó. No te das cuenta, y de repente sí. “Pasó un año de tal cosa.” “Hace un año estaba haciendo un asado con amigos en el tigre.” Algo así. Bueno, yo me acordé del año pasado. Cuando todo estaba por terminar. Cuando ya casi pasaba la oscuridad. Y así fue que recordé otros hechos de antes de este año, que antes no quería hablar ni recordar, ni nada.

Pero me acordé. Me acordé de que estaba embarazada y muy asustada y confundida. La otra parte responsable del embarazo era una persona enferma y perversa, y yo le estaba arruinando sus planes de ser un estafador de película que hablaba de anarquismo pero usaba Vans. Un ridículo. Un sinvergüenza. Y yo, y ellas, unas boludas con el autoestima por el piso. No me gusta decirlo así, pero, éramos unas pobres minas.

Yo no sabía sobre el engaño. Sí me había sentido abandonada, pero estafada, subestimada y basureada así como en ese tiempo, no.
Hablé con Laura. Me contó quién era. Lo que hacían, lo que hablaban. Hasta se animó a opinar, y me ofreció juntarnos.
En esa época yo estaba contenta porque él había vuelto, me había elegido, y si esta “última oportunidad” salía como yo quería, iba a tener una familia grande, y todo sería derecho y obligación de todos. De los dos. Así que lo de ella ni siquiera lo hablé con él, y decidí darle para adelante. Siempre para adelante, pero con desesperación, y sin cabeza.

Una tarde (el tiempo pasaba muy rápido al lado suyo) le dije lo que sabía y me puse mal. Quise saber toda la verdad, pero la verdad al mentiroso le duele, así que el que estaba peor que yo era él. Yo lloraba. El más se enojaba. Yo estaba embarazada, y re sensible, y lloraba. Imaginaba todo lo que Laura me había contado, se lo contaba y lloraba, y él se enojaba. A los minutos era de noche. Dos minutos después todos dormían. Yo seguía llorando y él estaba muy enojado. Guardó sus cosas en su mochila. Yo me puse en la puerta para que no se fuera. Todavía lloraba. No me moví, así que me agarró del cuello y me movió él, hasta el costado del placard, y me levantó con la fuerza que le quedaba.
Esa noche al final se quedó. Porque su casa era lejos y a esa hora no había transporte, y no quería que le robaran. Eso sí. El dormía en mi cama y yo en el piso. Porque no podía dormir con una mina llorándole al lado. Yo tenía que quedarme en el suelo, así él se sentía un poco mejor. Tenía que quedarme quieta, así que fui al baño, agarré una tijera, la escondí abajo de mi pierna derecha, y me quedé sentada. En un momento me dormí. Sentada. En el piso. Cuando me desperté, él seguía durmiendo.

Para levantarme hice ruido sin querer, y me escuchó. Me dijo que le dolía mucho la muela, que vaya a la farmacia a comprar ketorolak de 20, y fui. Media hora después de que volví de la farmacia me pidió disculpas, me dijo que había estado mal y me pidió un abrazo. Lo abracé y me quedé callada.
La noche siguiente ya no la recuerdo.
Pero sí recuerdo otras noches.

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Ailén Montero del Valle
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