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Pestes y pandemia en la Literatura: Boccaccio, Camus y Dostoyevski

Bruno del Barro Bruno del Barro Seguir Jun 11, 2020 · 7 mins lectura
Pestes y pandemia en la Literatura: Boccaccio, Camus y Dostoyevski
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1- Giovanni Boccaccio (1351-53): peste generalizada y aislamiento.
2- Albert Camus (1947): peste focalizada, confinamiento y cuarentena.
3- Fiodor M. Dostoyevski (1866): pandemia global.

Para Boccaccio (El Decamerón), la desolación pestilente es solo una excelente excusa para esconderse del mundo y contarse historias pintorescas; para Camus (La Peste), una peste viral no es nada en comparación con cierta peste moral, más mortífera e indetectable; para Dostoyevski (Crimen y Castigo), la pandemia más letal de todas será un virus que afecte nuestras convicciones, no nuestros órganos.

La peste real de Boccaccio tiene origen en Asia, igual que la imaginaria del autor ruso.

Entre la primera y la última transcurren 600 años casi exactos.
Las tres son pretextos para hablar de otra cosa.

1- Giovanni Boccaccio es el menos literario, el más crudo y conciso al retratar la peste y el único que presenció una, la más terrible de Europa en el siglo XIV; pero que utiliza esta circunstancia solo de marco y subterfugio para que sus protagonistas se encierren y se vean obligados a contar historias primorosas entre sí
(“Este horrible comienzo será sólo como una montaña escarpada y pina, pasada la cual el caminante halla una llanura bellísima y riente…”),
luego de una breve, didáctica y apocalíptica descripción de la peste negra, las narraciones enmarcadas de Boccaccio pueden tomarse como las de Las mil y una noches (desconocidas aún en Europa), algunas eróticas para la época, indiferentes al espantoso contexto en el que surgen, y este contraste les favorece.

Aquí un pasaje de su famosa introducción:
“Digo, pues, que en el año mil trescientos cuarenta y ocho […] llegó una mortífera pestilencia a la egregia ciudad de Florencia […], se había iniciado unos años antes en Oriente; arrebató innumerable cantidad de vidas y, sin asentarse en un solo lugar, se extendió continuamente hasta que, por desgracia, llegó a Occidente.

No valieron contra ella ningún saber ni providencia humana: ni los oficiales encargados de purgar de inmundicias la ciudad, ni la prohibición de que entrasen en ella los apestados, ni los numerosos consejos para preservar la sanidad, ni siquiera las humildes súplicas dirigidas a Dios por las personas devotas […].

La peste no se manifestó como en Oriente, donde una hemorragia por la nariz era signo evidente de una muerte inevitable: aquí, al principio, aparecieron hinchazones en las ingles o bajo las axilas de las personas de ambos sexos; algunas crecían hasta alcanzar el tamaño de una manzana ordinaria y otras de un huevo, unas más y otras menos, y el vulgo las llamaba bubones.
En breve tiempo el mencionado bubón mortífero empezó a aparecer y a crecer en otras partes del cuerpo distintas de las dos antes dichas; y después de eso la enfermedad comenzó a mudarse en manchas negras o cárdenas que brotaban en los brazos y por los muslos y en cualquier parte del cuerpo, unas grandes y espaciadas y otras diminutas y abundantes. Y de la misma manera que el bubón había sido primeramente y aún era indicio certísimo de muerte futura, así eran éstas a quienes les sobrevenían.”

Traducción de Esther Benítez

2- La misma peste que describe Boccaccio es la de Albert Camus. Los mismos síntomas, la misma bacteria, aparece seiscientos años después en Orán, ciudad marítima al norte de África, y de allí no sale.

Resumiendo: para Camus –para los protagonistas de la obra–, lo raro en el hombre es no matar, y el microbio que ataca el cuerpo es poquita cosa frente a los actos humanos, porque todos ellos son de alguna u otra manera cómplices de todos los crímenes del mundo.
Considero las siguientes palabras la mejor reflexión de la novela:

“Yo sé a ciencia cierta que cada uno lleva en sí mismo la peste, porque nadie, nadie en el mundo está indemne de ella. Y sé que hay que vigilarse a sí mismo sin cesar para no ser arrastrado en un minuto de distracción a respirar junto a la cara del otro y pegarle la infección. Lo que es natural es el microbio. Lo demás, la salud, la integridad, la pureza, si usted quiere, son un resultado de la voluntad, de una voluntad que no debe detenerse nunca. El hombre íntegro, el que no infecta a casi nadie es el que tiene el menor número posible de distracciones. ¡Y hace falta tal voluntad y tal tensión para no distraerse jamás! […]

Desde ese tiempo sé que yo ya no sirvo para el mundo y que a partir del momento en que renuncié a matar me condené a mí mismo en un exilio definitivo. Los otros serán los que harán la historia. Sé también que no puedo juzgar a esos otros. Hay una condición que me falta para ser un razonable asesino. Por supuesto, no es ninguna superioridad. Me avengo a ser lo que soy, he conseguido llegar a la modestia. Sé únicamente que hay en este mundo plagas y víctimas y que hay que negarse tanto como le sea a uno posible a estar con las plagas. Esto puede que le parezca un poco simple y yo no sé si es simple verdaderamente, pero sé que es cierto.

He oído tantos razonamientos que han estado a punto de hacerme perder la cabeza y que se la han hecho perder a tantos otros, para obligarlo a uno a consentir en el asesinato, que he llegado a comprender que todas las desgracias de los hombres provienen de no hablar claro. Entonces he tomado el partido de hablar y obrar claramente, para ponerme en buen camino. Así que afirmo que hay plagas y víctimas, y nada más. Si diciendo esto me convierto yo también en plaga, por lo menos será contra mi voluntad. Trato de ser un asesino inocente. Ya ve usted que no es una gran ambición.”

Traducción de Rosa Chacel

3- La referencia menos recordada o ignorada en absoluto es la de Dostoyevski en Crimen y Castigo de 1866, en un sueño de su protagonista.
En el epílogo y penúltima página de la inmortal obra, Rodión Románovich Raskolnikov, aislado y olvidado ya en su celda siberiana –para expiar sus propias culpas, no las de la sociedad–, tiene una última pesadilla (una menor dentro de esa larga y gigantesca pesadilla que es todo el libro): la humanidad es desolada por un virus desconocido que amenaza la existencia.

Su efecto es simple, devastador e insólito: el que cae enfermo, cree tener siempre la razón:

“Soñó, en su enfermedad, que el mundo todo estaba condenado a ser víctima de una terrible, inaudita y nunca vista plaga que, procedente de las profundidades de Asia, caería sobre Europa. Todos tendrían que perecer, excepto unos cuantos, muy pocos, elegidos. Había surgido una nueva triquina, ser microscópico que se introducía en el cuerpo de las personas. Pero esos parásitos eran espíritus dotados de inteligencia y voluntad. Las personas que los pescaban se volvían inmediatamente locas. Pero nunca, nunca se consideraron los hombres tan inteligentes e inquebrantables en la verdad como se consideraban estos atacados. Jamás se consideraron más infalibles en sus dogmas, en sus conclusiones científicas, en sus convicciones y creencias morales.

Aldeas, ciudades y pueblos enteros se contagiaron y enloquecieron. Todos estaban alarmados, y no se entendían los unos a los otros; todos pensaban que sólo en ellos se cifraba la verdad, y sufrían al ver a los otros y se aporreaban el pecho, lloraban y dejaban caer los brazos. No sabían a quién ni cómo juzgar; no podían ponerse de acuerdo sobre lo que fuera bueno o malo. No sabían a quién inculpar ni a quién justificar.
Los hombres se agredían mutuamente, movidos de un odio insensato. Se armaban unos contra otros en ejércitos enteros; pero los ejércitos, ya en marcha, empezaban de pronto a destrozarse ellos mismos, rompían filas, se lanzaban unos guerreros contra otros, se mordían y se comían entre sí.
Abandonaron los más vulgares oficios, porque cada cual preconizaba su idea, sus métodos, y no podían llegar a una inteligencia.

Sobrevinieron incendios, sobrevino en hambre. Todo y todos se perdieron. La peste aquella iba en aumento, y cada vez avanzaba más. Salvarse en el mundo entero lo consiguieron únicamente algunos hombres, que eran puros y elegidos, destinados a dar principio a un nuevo linaje humano y a una nueva vida, a renovar y purificar la tierra, pero nadie ni en ninguna parte veía a aquellos seres, nadie oía sus palabras y su voz.”

Traducción directa del ruso de Rafael Cansinos Assens

Bruno del Barro
18/05/2020
(2 meses de Cuarentena)

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Bruno del Barro
Escrito por Bruno del Barro Seguir
Investigador en Ciencias Sociales y escritor Técnico en Comunicación y Periodismo